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Gustavo E. Ramírez Carrasco | Icónica
Después de navegar por la arquitectura y la música, Nicolás Echevarría empezó a hacer documentales a principios de los 70. Sus películas tempranas, que retrataron la vida de varios grupos indígenas de México (coras; tarahumaras o rarámuris; nahuas; huicholes o wirrárikas, entre otros) coincidieron con el principio del auge de una producción audiovisual indigenista auspiciada por instituciones oficiales (especialmente por el entonces Instituto Nacional Indigenista, encargado de suministrar y regular –en el argot de las políticas públicas– una estrategia nacionalista de “integración” de los distintos grupos étnicos del país al Estado mexicano moderno), pero siempre se mantuvieron al margen de esa oleada.
La búsqueda de Echevarría apuntó claramente en una dirección distinta a la de aquellas películas que durante casi dos décadas (los 70 y los 80) se enfocaron en hacer, no sin algunos aciertos, una lectura monográfica de los grupos indígenas y campesinos del país, sus problemáticas históricas, sus condiciones socioeconómicas o sus cualidades artísticas –como ejemplos notables, algunos los documentales de Federico Weingartshofer (Semilla del cuarto sol, 1982), Juan Carlos Colín (Hach Winik, 1986), Juan Francisco Urrusti (Brujos y curanderos, 1981) o Carlos Maldonado (Laguna de dos tiempos, 1983)–. En lugar de eso, Echevarría sumergió a su cine en una experiencia religiosa y estética que desbordaba la visión sociológica y se sumergía en una poética de lo “otro”; una fascinación emparentada con la exploración psicotrópica de algunos pueblos por el desierto, que encontró en las posibilidades de la imagen en movimiento una forma de fijarse.
Echevarría utiliza la elaboración de una mural de chaquira por el artista wirrárika Santos de la Torre para representar la cosmogonía de su pueblo a partir de pasajes, como en un retablo barrroco.
Han pasado unos cuarenta años desde la incursión “etnográfica” de Echevarría en el territorio cora de Nayarit para la realización de su primera película (al menos, la primera que se conserva y se reconoce), Judea (1973), un ensayo experimental sobre los ritos de aquel grupo étnico, con música de Mario Lavista –con quien Echevarría formó años antes un grupo de improvisación musical– y una propuesta vanguardista inédita en el documental mexicano de esos años.
Después de dirigir algunos documentales históricos (Maximiliano y Carlota, 2004; Memorial del 68, 2008), con Eco de la montaña, estrenada hace unos meses en el Festival de Guadalajara, el director vuelve a su tema predilecto, o por lo menos, a aquel que le ha dado notoriedad: la visión indígena (Poetas campesinos, 1980; Niño Fidencio, el taumaturgo de Espinazo, 1980; María Sabina, mujer espíritu, 1978).
Eco de la montaña propone una cierta descontextualización del retrato indígena efectuado por Echevarría en películas anteriores. No se emplaza en el recóndito (tal vez ya no tan recóndito) territorio wirrárika (o “huichol”) para extraer de ahí un relato poético de observación, como en su película de 1979 Teshuinada, semana santa Tarahumara. Tampoco orquesta una pieza cinematográfica atonal al estilo de la cubista Judea; pero como ésta última, se inserta en la cosmovisión indígena a partir de un recorrido, aunque esta vez algo distinto: Echevarría utiliza la elaboración de una mural de chaquira por el artista wirrárika Santos de la Torre para representar la cosmogonía de su pueblo a partir de pasajes, como en un retablo barrroco. Aprovecha el viaje para hacer una declaración de principios políticos, algo inédita en su obra sobre los pueblos indígenas: a pesar de que uno de los murales del artista fue expuesto en el Museo parisino de Louvre e inaugurado por los presidentes Jacques Chirac y Ernesto Zedillo en la década de los 90, Santos de la Torre no fue invitado al evento ni remunerado en su totalidad por la obra.
*Este texto fue originalmente publicado en Icónica, visita su sitio aquí.
Fuente: http://ladobe.com.mx/2014/08/eco-de-la-montana-una-descontextualizacion-del-retrato-indigena/
Fuente: http://ladobe.com.mx/2014/08/eco-de-la-montana-una-descontextualizacion-del-retrato-indigena/
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